Qué sucedía a los mutilados de la Gran Guerra Patria en la URSS
Aquí le daremos a conocer cómo el gobierno soviético trataba a sus ciudadanos mutilados durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso a los soldades y oficiales que habían quebrantado su salud defendiendo la patria y el régimen totalitario soviético.
A la hora del final de la guerra y durante muchas décadas posteriores en la URSS no existía ningún programa unificado de ayuda a los mutilados de guerra y, como ya se habrán imaginado, no había siquiera una cosa tan simple como una silla de ruedas. Eran muy raros los casos cuando a un mutilado lo contrataban o le ayudaban de alguna otra manera, la pensión o era mezquina o, hábitualmente, no se pagaba, y los mutilados que no tenían parientes compasivos, se veían obligados a mendigar en las calles, pidiendo humildemente limosna al lado de los supermercados o en las plazas.
En vez de intentar ayudar a esa gente, socializarla de algún modo y darle la oportunidad de sentirse útil, el gobierno soviético ha decidido echarla fuera de la vista de las ciudades. En aquella época se construían avenidas anchas con edificios altos y los mutilados, según el gobierno soviético, “estropeaban la imagen de la felicidad socialista”. Los simples pioneros (relacionados a las organizaciones juveniles ligadas al partido comunista en la época de la URSS) no tenían que ver ni saber la verdad sobre la guerra – se la contarían los jóvenes de la retaguardia que caminaban por las escuelas con las historietas del frente, pero a los verdaderos veteranos y héroes que habían dejado la salud en la guerra se les mandaría fuera para que no estropeasen la imagen del paraíso soviético.
La primera salida masiva de los mutilados de guerra a las afueras sucedió en 1949 y coincidió con el 70 aniversario de Stalin. Todo fue hecho según el legado del más grande capitán: “no hay persona – no hay problema”. A los mutilados con los cochecitos hechos a mano y los cojinetes los atrapaban en las calles y si resultaba que no tenían familiares, los enviaban a las afueras. Nadie les preguntaba si querían irse, se les quitaba el pasaporte y la cartilla militar y, prácticamente, los convertían en prisioneros.
La salida del 1949 es solo una de las más famosas. En realidad a los mutilados los capturaban y exilaban desde el 1946, duurante los años de Stalin y siguieron haciéndolo con Jruschov – en su época a los mendigos que tenían brazos o piernas amputados los agarraban en la ferrocarril.
Los internados a donde se les enviaba a los mutilados estaban bajo el control del Ministerio del Interior y más parecían las estructuras del GULAG (los famosos campos de concentración soviéticos) – eran instituciones del tipo cerrado, no había programas de rehabilitación, a los internos no se les prestaba tratamiento adecuado, el presupuesto ya escaso se vaciaba por los empleados, en suma – la única tarea de estas organizaciones era enviar cunato antes a “la gente inútul“ a la tumba.
Uno de los lugares del exilio de “la gente inútul“ era la isla Valaam. En general había decenas de sitios como éste pero el Valaam se hizo probablemente el más famoso – sobre todo gracias a los pintores que visitaban la isla y consiguieron hacer dibujos para que quedara algún recuerdo de ellos.
A la llegada al Valaam a los atrapados en la calle se les quitaba el pasaporte, la cartilla militar y otros documentos incluso las condecoraciones. Se alojaban en las viejas alas monasterias que no eran apropiadas en absoluto para vivir en ellas – a muchas les faltaba el tejado, no había electricidad, médicos o enfermeras. Muchos soldados mutilados de la retaguardia que conseguieron sobrevivir en una terrible guerra murieron en los primeros meses de su estancia en la isla.
Eugenio Kuznetsov escribió en el libro “Cuaderno del Valaam” unas emocionantes y agrias líneas:
«El país de la Unión castigaba a sus mutilados vencedores por sus lesiones, por la pérdida de familia, casa, hogar distruido por la guerra. Los castigaba con la miseria de manutención, con la soledad y desesperación. Cada cual que visitaba el Valaam se daba cuenta inmediatamente: ¡Es el fin! Delante – un callejón sin salida. Delante hay solo silencio en una tumba desconocida en un cementerio abandonado del monasterio.
¡Querido lector! ¡Querido lector mío! Seríamos capaces de entender hoy la profundidad de la inmensa desesperación por el insuperable duelo que se apoderó de esa gente en el instante en que pisaron aquella tierra. En la cárcel, en el terrible campo de GULAG el prisionero siempre anhela la posibilidad de salir, de recuperar la libertad, de tener una vida menos dolorosa. Pero de aquí no había salida. De aquí el único camino era a la fosa como si fueran condenados a la muerte. Ahora imagínense qué vida comenzó entre aquellas paredes.
Lo veía de cerca durante muchos años. Pero me resulta difícil describirlo. Sobre todo cuando veo en la mente sus caras, ojos, manos, sus sonrisas indescriptibles, como si fueran sonrisas de seres eternamente culpables, que siempre piden perdón por algo. No, es imposible de describir. Tal vez, imposible también porque un solo recuerdo para el corazón, deja sin aliento, los pensamientos se confunden, ¡un manojo de dolor! Perdonen…»
Así fueron las cosas en realidad.